Ella fue la primera que, en el 2010, en el programa de televisión “Un mundo perfecto”, dijo que Brieger, que acababa de ganar un premio Martín Fierro, era un “acosador”. La revelación es clara. El padecimiento se exacerba frente al ensombrecimiento personal -o la necesidad de una resiliencia que deja marcas- y el premio a quién no solo no paga, ni para su conducta, sino que -además- es celebrado profesionalmente a costo del dolor de otras, que, ahora se sabe, son muchas.
Agustina no fue escuchada hace 14 años. Ahora, este martes 2 de julio, en cambio, encabezó la presentación del informe “Cultura del Acoso: Punto y aparte”, de Periodistas Argentinas, en el Salón de las Provincias en el Senado de la Nación, con la presencia de la Ministra de Mujeres y Diversidad de la Provincia de Buenos Aires, Estela Díaz; el senador Martín Lousteau y la diputada Mónica Macha.
“Brieger era nuestro profesor, nuestro compañero de trabajo, nuestro jefe de cátedra, nuestro colega, nuestro acosador. Las conductas inapropiadas que pudimos recabar sucedieron a lo largo de treinta años. Pero sabemos que no somos las únicas y que probablemente este marco de tiempo sea aún más extenso. Nosotras tuvimos que abandonar nuestras tesis, dejamos de ir a coberturas, no fuimos a conferencias, renunciamos a comitivas y él en cambio comandó equipos, recibió premios y entrevistó líderes. Con su prestigio profesional logró enmascararlo”, acentuó el informe.
“Nuestros cuerpos recuerdan sus manos acercándose a nuestras partes íntimas, la taquicardia de los ataques de pánico, la repulsión de su mirada libidinosa, el miedo a su repentina desnudez cuando estábamos solas, nuestras ganas de ser invisibles para que no se acerque. Juntas somos muy fuertes. Es la primera vez que contamos con la atención que hoy nos prestan. Lamentablemente nadie nos escuchó siempre. Lo dijimos por televisión y se lo contamos a nuestros jefes y nuestros compañeros. Pero nada. Hoy estamos respaldadas. Y necesitamos hablar”, enfatizó Agustina.
Ellas pidieron reparación, un pedido público de perdón y que frene la cultura del acoso. Entre otras periodistas estuvieron presentes Analía Argento, Cynthia García, Carolina Balderrama, Telma Luzzani, Romina Ruffato, Ana Paoletti, Claudia Acuña y Nancy Pazos. Ella cerró: “Pedimos que (Pedro Brieger) pida disculpas, y que los demás varones entiendan qué es acosar y qué consecuencias tiene”.
Además participaron algunas de las periodistas afectadas, como Cecilia Guardatti, Gisela Busaniche, Marcela Perelman, Laura Carpineta, Leticia Martínez y Julia Kolodny, entre otras. “¿Por qué decidí romper el silencio y contar mi experiencia de acoso con el periodista Pedro Brieger? Sentí que ya no tenía miedo y que denunciarlo públicamente era el único camino para poner fin a un sentimiento de injusticia que habitaba en mí. Que Pedro Brieger es un acosador era “un secreto a voces” y solo cuestión de tiempo que todo saliera a la luz. Pero nunca pensé que seríamos tantas y que la voz colectiva marcaría un punto de inflexión”, explica Guardatti.
Ella describe “una mezcla de asco, bronca e indignación se revolvían dentro de mi cada vez que Brieger reaparecía en mi vida”. Y relata lo que le tocó vivir: “Conocí a Brieger en 2008 en el marco de la cobertura de un viaje presidencial de Cristina Fernández de Kirchner al norte de África. En ese entonces, yo era corresponsal de la agencia Télam en España y él trabajaba en la TV Pública. Me habían hablado de él y sabía de su prestigio como experto en Medio Oriente. Cuando lo ví en Argelia me presenté y Brieger me invitó a tomar un té con galletas en el bar del hotel”.
Al otro día, la ex Presidenta habló y él le pidió la grabación. Le escribió un mensaje de texto para decirle que le lleve el audio y le dio su número de habitación (algo habitual en las coberturas conjuntas) pero lo que sucedió no pudo borrarse de la memoria. “Sin sospechar nada, subí al encuentro de un colega en ese lugar que, por mi experiencia como corresponsal internacional con 20 años sobre el terreno, considero nuestra oficina. Cuando llegué la puerta estaba entreabierta, y allí se encontraba Brieger desnudo, recostado sobre el respaldo de la cama, tapándose con una sábana. Me quedé paralizada mientras mi mente intentaba procesar lo que estaba sucediendo: Brieger me hablaba mientras se masturbaba”, relató Guardatti.
Ella escribió en un posteo en redes sociales del periodista Alejandro Alfie y describió que el problema era el acoso. Alfie lo relató en X y citó cinco casos de profesionales afectadas por Brieger. “A partir de esa publicación se quebró el silencio”, destaca Periodistas Argentinas. Guardatti resalta de la presentación en el Senado: “Me sentí empoderada en hacer una presentación todas juntas y acompañadas. Una cosa es dar la cara sola y otra es hacerlo de forma colectiva”.
La agrupación logró reunir 19 casos. “Escuchamos sus testimonios y compartimos sus lágrimas, impotencia y vergüenza”, describieron. Y afirmaron: “No es el objetivo de este informe el escrache. Lo motiva la necesidad de terminar con la cultura del acoso”. “Las afectadas perdieron cosas concretas. La maquinaria abusadora además de someter, despoja”, agregaron. Entre los relatos se encuentra el de una empleada administrativa de la Universidad de Belgrano; una vecina de Belgrano; siete alumnas de TEA, la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y la Universidad de La Plata y diez periodistas.
Las víctimas hablan cuando pueden, cuando quieren, cuando lo deciden y cuando hay un clima social que avala que sean escuchadas y respetadas. Por eso, no es que cambiaron los tiempos, sino que cambiamos el tiempo para que las víctimas hablen. Pero además de los tiempos cambiaron las normas. En Argentina, a partir del 23 de febrero del 2022, rige el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que estuvo permeado por el grito de las mujeres de todo el mundo a partir de #NiUnaMenos y el #MeToo.
El Convenio 190 de la OIT define a la violencia y el acoso en el mundo del trabajo como un conjunto de comportamientos y prácticas inaceptables (o amenazas de tales comportamientos) que se manifiesten una sola vez o de manera repetida, que tienen por objeto, que causen o sean susceptibles de causar, un daño físico, psicológico, sexual o económico, e incluye la violencia y el acoso por razón de género. Por lo tanto, para entender que si un periodista recibe a una colega masturbándose puede no tratarse de un delito, pero sí es claramente inaceptable. Hasta hace dos años eso era opinable, ahora forma parte de las normas que rigen el mundo laboral de Argentina.
Más allá del convenio 190 de la OIT, Periodistas Argentinas pide que se legisle el acoso laboral. “En Argentina existen leyes para penalizar el acoso callejero, pero no para aquellos agravios que se producen en el ámbito laboral y académico: esa es la gran deuda que este informe pretende saldar y por eso mismo proponemos que se legisle específicamente este tipo de conductas abusivas, ya que no es lo mismo el comportamiento de un exhibicionista en la vía pública que el de un profesor o un colega en posición dominante: en estos casos existe una asimetría de poder que, además de humillar, busca despojar de algo a la víctima, infligiéndole este tipo de violencia”, destacaron.
La ex diputada feminista Marcela Rodríguez (ocupó una banca del 2001 al 2013, por el ex ARI) presentó un proyecto para legislar el acoso sexual y peleó para que se voté, pero el parlamento no acompañó su aprobación. No es que no se sabía, es que no quisieron verlo. “Hace falta una ley contra el acoso sexual. Y no sólo hace falta una ley sino la visibilización de estas situaciones que se repiten en los más diversos ámbitos para que se pueda identificar y frenar. Porque produce daños y efectos perjudiciales en las mujeres: sentimientos de ansiedad, vergüenza, estrés, miedo, alienación, soledad, agotamiento nervioso y sentimientos de culpa, de no tener salida o no conseguir ayuda”, enumeró Marcela Rodríguez, en una entrevista con Laura Rosso, en Las/12, de Página/12, publicada el 13 de junio del 2014.
Rodríguez clarificó: “Es fundamental contar con una legislación específica que, si bien no implica la solución inmediata de esta realidad más profunda, ofrezca más instrumentos a las mujeres para enfrentar esta situación, desde su punto de vista y valorando sus experiencias. La legislación debe alcanzar otros lugares o relaciones además de las relaciones laborales, como las instituciones educativas, sistema de salud, ministros de algún culto y sus feligreses, abogados y clientas, esto es, cualquier situación donde se exprese la jerarquía y ésta sea sexualizada. No debe ser una ley penal, sino una ley laboral y civil que permita superar dificultades probatorias, por ejemplo mediante la inversión de la carga de la prueba”.
Los relatos de la conducta del periodista y profesor muestran un accionar sistemático. En 1995 llamó por teléfono a la Universidad de Belgrano y le dijo a una empleada administrativa: “‘Estoy en casa, en short, ojotas, en un sillón muy cómodo y con mi (...) muy duro”. La secretaria habló con el decano y él dejó de trabajar en la institución. Pero no de persistir en su conducta. En 1996 una vecina de un edificio de Belgrano relató, ante Periodistas Argentinas, que él se abrió la bragueta y sacó su pene en el ascensor. “Es la palabra tuya contra la de él, ni te molestés”, la desalentó un policía para que no hiciera la denuncia. Se mudó con sus dos hijos cuando consiguió el dinero para poder hacerlo a pesar de su precaria situación.
“En cada clase, se paraba delante de mí y me acosaba con las miradas: eran sistemáticas, repetidas y explícitas durante toda la clase: pasaba por mi entrepierna, luego mis pechos y luego mis ojos; y volvía a bajar para empezar su recorrido otra vez. Yo me preocupaba por estar todo el tiempo con las rodillas muy juntas, cuidando cómo me vestía los días que iba a cursar con él”, relató una ex alumna de periodismo en TEA. No vestirse, no mostrarse, no resaltar, no abrirse, no visibilizarse.
Y no solo no sentirse escuchada, sino burlada. Una periodista de la TV Pública describió que él la tocó y cuando le contó a sus compañeros ellos se rieron. Una periodista de Radio Nacional le describió a sus compañeros los comentarios que había hecho sobre su cuerpo y le dijeron que no exagerara, que solo había sido un piropo. Una periodista le dijo al fotógrafo que la acompañaba que se había quedado en calzoncillos delante de ella y él solo comentó “que zarpado”.
“Decidí renunciar. Para explicar por qué me iba, le mostré las capturas de pantalla al productor”, describió una columnista de género. Pero se fue ella, no él. La inacción de los varones es un espejo de la impunidad social de los acosadores. La conducta es inapropiada. Pero las consecuencias son lo más doloroso. “Me sentía estúpida y culpable”.
Además la repetición de situaciones que no son azarosas, sino fruto del machismo que permite y legitima la apropiación del cuerpo de las mujeres sin permiso. “Yo sufrí un abuso en mi infancia, y esa situación me quebró de manera tal que siento aún en el cuerpo, en los huesos, el dolor de la humillación que me provocó no haber podido frenarlo con más determinación”, contextualizó una víctima.
“Me citó en el centro cultural Caras y Caretas, donde hacía su programa de radio, en la AM750. Fuimos al hall y mientras lo entrevistaba se masturbó ahí mismo, delante mío, mientras yo le pedía por favor que no lo hiciera. Había gente cerca, pero no le importaba nada. Me llevó años entender que no había tenido la culpa”, enmarcó una periodista sobre un suceso del 2010.
“La máquina abusadora tiene un mecanismo: Se activa por sorpresa, busca producir asco y humillación, enmudece y coloca a la afectada en una situación de degradación y culpa. El mecanismo incluye que luego, al contarlo a otros, –aquellos que son los responsables de poner límites o pueden ayudar a construirlos- no se dimensiona el daño, se naturaliza esa conducta, y no se hace pública, lo cual permitiría a otras prevenirse y al responsable de esa conducta, limitarse”, subraya el informe de Periodistas Argentinas.
“La máquina abusadora tiene un mecanismo: Se activa por sorpresa, busca producir asco y humillación, enmudece y coloca a la afectada en una situación de degradación y culpa", describe Periodistas Argentinas (Foto Juan Valeiro)
Las consecuencias existen. Los efectos no son inocuos, dejan en el camino a las que tienen que salir para que no las asalten con el cuerpo o la mirada. El desaliento en las pasiones de las afectadas es el peor de los látigos. Una ex periodista de la TV Pública tuvo que irse de la cobertura de la cumbre del ALCA, en Mar del Plata, en el 2005, y pagarse su propio pasaje por los comentarios sexuales del periodista.
El informe dado a conocer con los testimonios de 19 mujeres
“Decidí no dedicarme a la política internacional, algo que me apasionaba, para nunca volver a verlo”, cuenta una de sus ex alumnas. Y otra repite: “Nunca más volví a la maestría. Perdí tiempo, plata y, lo más importante, mi sueño de estudiar lo que me apasionaba”. “Yo estaba helada y transpiraba del terror. Salí del bar y me subí a un taxi llorando. No entré al doctorado, no le escribí nunca más”, relató otra joven que no llegó, ni siquiera, a ser su alumna. “Renuncié a la cátedra”, apuntó una profesora. La renuncia. El acoso es el poder de los que siguen y la renuncia de las que no pueden seguir. Por eso, ya no más renuncia a reclamar que el acoso no puede seguir invisibilizado e invisibilizando a las mujeres.
Ruffato leyó un poema que escribió para cerrar el acto: “Una voz / despierta / de su larga pesadilla de silencio/ se escucha multiplicada / ya no es sola / ya no es loca / ya no es exagerada / tiene todos los nombres / de todas / las que sintieron miedo / las que sintieron asco / las que sintieron culpa / aquellas señaladas por el dedito acusador / lo habrás provocado / no fue para tanto / ¿por qué no denunciaste? / cada una de esas voces / que se levantan en este tiempo / me recuerdan: / esto también me pasó a mí”.
El informe dado a conocer con los testimonios de 19 mujeres
“Decidí no dedicarme a la política internacional, algo que me apasionaba, para nunca volver a verlo”, cuenta una de sus ex alumnas. Y otra repite: “Nunca más volví a la maestría. Perdí tiempo, plata y, lo más importante, mi sueño de estudiar lo que me apasionaba”. “Yo estaba helada y transpiraba del terror. Salí del bar y me subí a un taxi llorando. No entré al doctorado, no le escribí nunca más”, relató otra joven que no llegó, ni siquiera, a ser su alumna. “Renuncié a la cátedra”, apuntó una profesora. La renuncia. El acoso es el poder de los que siguen y la renuncia de las que no pueden seguir. Por eso, ya no más renuncia a reclamar que el acoso no puede seguir invisibilizado e invisibilizando a las mujeres.
Ruffato leyó un poema que escribió para cerrar el acto: “Una voz / despierta / de su larga pesadilla de silencio/ se escucha multiplicada / ya no es sola / ya no es loca / ya no es exagerada / tiene todos los nombres / de todas / las que sintieron miedo / las que sintieron asco / las que sintieron culpa / aquellas señaladas por el dedito acusador / lo habrás provocado / no fue para tanto / ¿por qué no denunciaste? / cada una de esas voces / que se levantan en este tiempo / me recuerdan: / esto también me pasó a mí”.
fuente: infobae 3-7-24