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30/03/2021 10:03:57 - Reportajes

Entrevista con Roque Farrán “La soberanía intelectual no es solo un capricho” - por Laura Haimovichi (7914)

¿Cómo seguir pensando y viviendo en tiempos de coronavirus? El filósofo Roque Farrán se hace estas preguntas y ensaya respuestas, sin la menor ánimo de imponer conclusiones sino para buscar abrirespacios donde todo parece cerrado. De eso trata su último libro, Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia.
 

Roque Farrán nació en Córdoba en 1977 y se dedica a la filosofía, es decir, a pensar, algo no muy frecuente en estos días. Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, fue miembro del Comité Editorial de la Revistas Nombres, y lo es actualmente de Diferencias y Literatura. Es miembro investigador del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-Conicet) y dirige el grupo de Pensamiento Materialista en dicho Programa.

La autora de esta nota lo “descubrió” hace un tiempo por un posteo que subió en el muro del poeta y editor Daniel Freidemberg. Le llamó la atención su manera diferente de pararse frente a la realidad y empezó a seguirlo con atención.

Farrán propone captar el infinito actual que nos dan el arte, la literatura y los encuentros que nos afectan de alegría compartida y los articula con el pensamiento de Spinoza y el texto programático del peronismo, La comunidad organizada para enfrentar lo irremediable que es que todos, cada uno, alguna vez nos vamos a morir.

Cuenta Farràn que vive en un barrio que todavía es bastante tranquilo, pese a estar cerca del centro de la ciudad de Córdoba, porque no ha sido explotado por el desarrollismo urbano descontrolado. “Así que disfruto por ahora de cierto silencio, apenas alterado por el ruido ocasional de los vecinos y el sonido de autos que se escuchan a lo lejos, favorecido también porque mi departamento, ubicado en planta baja, da hacia el interior del edificio y escribo de frente a un enorme ventanal que se abre hacia un patio amplio y con mucho verde. Los gatos deambulan a sus anchas, juegan o se pelean, disputan lugares, etc. Con mi hija también jugamos mucho y hacemos uso del patio, gran recurso en tiempos de confinamiento estricto, por cierto; o nos sentamos en la mesa a escribir, dibujar, comer (las funciones se superponen); o mientras trabajo con la computadora ella ve dibujos animados, etc. La casa está repleta de libros y juguetes dando vueltas por ahí, desperdigados en cualquier lugar (prima el desorden)”.

–Sostenés que el neoliberalismo, encarnado en formas “democráticas” que hemos vivido y seguimos sobreviviendo es la prolongación de la dictadura por otros medios.

-Mucho se ha dicho y escrito recientemente, no sin manifestar cierta sorpresa, sobre las formas reaccionarias, fascistas, racistas y misóginas que está tomando el neoliberalismo actual (se habla de neofascismo, posfascismo, autoritarismo democrático, etc.), el cual se mostraba en un principio amplio, tolerante, multicultural y diverso; pero no podemos ignorar que las dictaduras en Latinoamérica cumplieron el papel de instaurar una “forma de vida” que no solo estuvo ligada a la dimensión económico-política neoliberal sino, sobre todo, a instalar y reforzar modos de subjetivación ligados a afectos tristes, cínicos o reactivos (aquellas afectividades que Deleuze llamaba “alegrías del odio”, o modos de “goce compulsivos”, podríamos decir: adicciones, manías, violencia, etc.). Esto no solo se tradujo en términos de lo que se conoce como la “derrota” para las subjetividades y proyectos militantes (añadiendo los debates irresueltos sobre la lucha armada o las organizaciones populares de base), sino que permea en la actualidad todas las formas de vida; la dificultad de pensar posibilidades de cambio real, a partir de una participación política directa o no, y generar transformaciones en distintos ámbitos: prácticas culturales, científicas, económicas que realmente pudieran plantearse de otro modo. Son limitaciones que experimentamos en el presente y que la pandemia ha agudizado al extremo, mostrando que el horror de subjetividades devastadas, capaces de creer cualquier cosa (antivacunas, terraplanistas, etc.), emerge por todas partes. La continuación de la dictadura en democracia, además de todo el horror producido, el endeudamiento contraído y demás destrucciones institucionales, se puede leer en las trazas subjetivas y afectivas que hoy nos limitan (los ejemplos ilustres sobran, no solo en los paneles televisivos).

-Sobre la idea de que la pandemia nos cambiaría en algo, ¿qué podès decir? ¿La pandemia misma es resultado de este sistema de producción material y simbólica?

-La pandemia como cualquier evento sorpresivo y traumático (aunque haya sido largamente anunciado, como las variadas plagas y catástrofes que hacen a este apocalipsis capitalista), en tanto nos confronta con lo real inminente y con nuestras limitaciones para responder ahí, es una oportunidad de modificarnos a nosotros mismos; pero no es ninguna garantía de que eso suceda, ni siquiera en las vías deseables del cambio, o sea: para mejor. No hay garantías porque las inercias y hábitos automatizados prevalecen, las relaciones de fuerza en la desesperación se imponen. Nada nuevo. Por eso me parece clave, para que haya al menos una mínima chance de hacer otra cosa y cambiar las coordenadas actuales (materiales y simbólicas), que trabajemos sobre todas las instancias y prácticas que nos permitan volver crítica y afectivamente sobre nosotros mismos. Aprovechar cierta detención del tiempo y la rutina para leer, meditar, escribir de manera práctica y urgente, no como meras distracciones estéticas o intelectuales, sino como ejercicios materiales ligados a la posibilidad inminente de la enfermedad y la muerte. Recuperar esa función crítica que nos permita transformarnos implica cierta ética o modo de conducirnos accesibles a cualquiera, no saberes sofisticados o tecnologías de super avanzada. Porque resulta claro que es el modo de vida, de producción material, simbólica y subjetiva al mismo tiempo, lo que está muy mal orientado y que la pandemia no ha hecho más que remarcar o re-trazar (como un marcador químico): los modos de producción, alimentación, circulación y consumo, incluidos el consumo de información y la escasa formación crítica-intelectual que inducen todas las variaciones anímicas y manipulaciones mediáticas.

-¿Quiénes son tus maestros y qué cosas nuevas pensaste a partir de ellos?

-Mis maestros son lo que de manera contingente me he ido encontrando en lecturas que me han transformado y lo continúan haciendo, fuera de programa; como también aquellxs con quienes convivo en la cotidianeidad, porque la filosofía es parte de la vida. Los maestros que menciono en el libro son la mayoría de la escena francesa contemporánea: Althusser, Lacan, Foucault, Deleuze, Badiou; pero también hay modernos y antiguos, como Spinoza y los estoicos Marco Aurelio, Epicteto o Séneca. Filósofos prácticos que enlazan el concepto a la vida, la dimensión ética a la política. Pero maestrx puede ser cualquier que te enseñe algo esencial, que te despierte la alegría de vivir y pensar en común, es más bien una posición discursiva. En mi caso, también mis amigxs, mi pareja o mi hija han fungido de maestrxs y lxs menciono en mis escritos con igual autoridad, no me gusta para nada idealizar personajes o crear un culto a ciertos autores de renombre, mi relación con la tradición es de uso y cuidado.

-Frente al coronavirus, ¿qué sería responder en calidad de filósofo?

-Como sostengo a lo largo del libro y trato de puntualizar desde el primer capítulo, se trata más que nada de escuchar antes de largarse a opinar de todo y dar pronósticos apresurados sobre el destino de la humanidad en su conjunto; escuchar los malestares y respuestas que se insinúan en esta situación anómala, para poner en práctica modos de pensamiento singulares que acompañen, caso por caso, atendiendo a los diferentes dispositivos y temporalidades en juego; situando los distintos niveles implicados; apuntando a la transformación del conjunto y a la simultaneidad: entender cómo se imbrican las respuestas y sus tiempos, no solo estableciendo prioridades. No es solo comprender el virus como fenómeno multicausal complejo, sino proponer modos de lectura y ejercicio concretos que puedan ayudarnos a entender cómo nos implicamos singularmente en esa red de causas que nos conforman; no solo la explicación, sino los modos de implicación material para transformar en alguna medida el ámbito en cual cada quien se inserta.

-Cómo materialista, ¿qué estás escuchando en esta pandemia? ¿Qué voces, sonidos, ruidos, interferencias?

-Escucho la repetición sintomática de malestares y estribillos, multiplicados en redes y medios, escucho también muchas frases estereotipadas y reproches cruzados entre quienes pertenecen al mismo campo ideológico, voces de mando o ignorancia supina; por eso insisto al final del libro en la necesidad de escucharnos, de dar lugar a las voces más débiles e inaudibles en el bullicio mediático dominante, y componer una escena propia de pensamiento.

-Cuando hablás de un no haber, de un inventar, ¿no crees que siempre gana una pereza, una modorra para el hacer que espera de los otros en el poder las resoluciones, que la idealización de los líderes, para bien o para mal, esa verticalidad es peligrosa en tanto entrega decisiones y protagonismos y sume en la queja y la impotencia?

-Sí, entiendo que la delegación o la espera pasiva pueden ser por comodidad o idealización, ambas cuestiones se retroalimentan, pero también porque no se ha encontrado el punto de implicación en la cosa que nos solicita, es decir, el deseo y cómo se conecta con la potencia colectiva; porque además eso exige asumir cierta soledad dentro del común, cierto desfasaje en torno a reconocimientos y feedbacks que no se producen inmediatamente; hay que cultivar la confianza en lo que se hace y estar atentos a escuchar lo que hacen los otros, sin prejuicios e infatuaciones, aprender a valorar la diferencia y la singularidad de cada modo de hacer, etc. La cuestión de la horizontalidad o verticalidad debe ser asumida de manera estratégica y coyuntural, no como alternativas dicotómicas insalvables; si tuviera que definir una orientación materialista en la conducción, preferiría hablar de oblicuidad o transversalidad, un modo diagonal de ser y conducirse ante los otros y con los otros que no sea fácilmente predecible o programable.

-¿Qué hay con el negacionismo de la situación extrema, abismal, que atravesamos?

-La negación es una respuesta lógica ante lo traumático. Pero, por todo lo dicho anteriormente, también se vislumbra que hay una actitud constantemente alimentada de negación sistemática, bárbara e ignorante ante la situación que vivimos, que llega a niveles patéticos, incluso en dirigentes políticos o personajes mediáticos. Por eso la formación e interpelación en la escena pública me parece urgente.

-Para quién/quiénes escribís?

-Escribo para cualquiera que se sienta interpeladx a modificar su actitud ante el mundo, ante los otros y sí mismo, porque le resulta insoportable (como decía Deleuze, no hay nada espontáneo en pensar, se piensa por urgencia y necesidad), aunque no entienda del todo las mínimas referencias conceptuales; y que eso que se dice o escribe lo alcance y le den ganas de saber, de leer, de pensar, de cuestionarse el modo de vida. Sobre todo, escribo para los que vendrán, o no cesan de venir, de arribar a la escena pública, quienes no se hallan cómodos ni se piensan consagrados en el lugar social que ocupan.

¿Qué te imaginas que advendrá, aunque obviamente no lo sepas?–

Me gusta imaginarme siempre lo peor, es parte de un trabajo meditativo que expongo también en el libro, para que lo que advenga no me sorprenda tanto y parezca mejor de lo que imaginaba. Más que la clásica sentencia gramsciana del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, prefiero saturar la imaginación expectante con todos los males posibles y, por otra parte, imaginar otros mundos posibles donde todo pueda ser completamente distinto e igualmente fallido por otras razones (como en la ciencia ficción leguineana); también imaginar modos de respuesta diferentes a lo esperado, como un modo de ejercitar la virtud, aunque no siempre salga (tal como propone Spinoza de responder con amor y generosidad a los actos de odio). Porque, en definitiva, lo real del deseo es lo decisivo en el asunto y se juega por vías materiales y simbólicas impredecibles, aunque ejercitables, en las cuales la imaginación de manera recurrente la pifia.

-¿Vos de algún modo invitás a pensar en la propia muerte? ¿Cuál sería la ventaja de hacerlo? También hablas del cuidado de sí, ¿cómo lo hacen quienes no tienen las condiciones materiales propicias por enfermedad, miseria, violencia, etc? 

-La meditación en la propia muerte o la imaginación de todos los males posibles son ejercicios espirituales materialistas que se pueden encarar en cualquier circunstancia: enfermedad, miseria o encierro; son parte del cuidado de sí o las prácticas de sí que se cultivaban en la antigüedad y que Foucault, entre otros, rescata en el presente (hay abundantes ejemplos históricos de filósofos que eran esclavos, simples trabajadores o vivían como mendigos en la calle). Todo el libro está tramado en torno a esa reconfiguración de la filosofía práctica como una serie de ejercicios y posicionamientos críticos que tiene consecuencias éticas y políticas en la transformación del sujeto, no solo como consignas generales o explicaciones abstractas.

-Hablemos de la palabra amor en el sentido de afectividad alegre de una comunidad organizada, no de amor romántico o amor desideologizado. Amor no por exclusión de los otros ni por un colectivismo que pretenda anular las diferencias.

-El amor como potencia del pensamiento, como el afecto básico que orienta las prácticas singulares y acciones comunes, es el hilo fundamental de lo que he escrito. Spinoza le llamaba amor intelectual de Dios al afecto de la máxima potencia del pensamiento. Claro que él entendía por Dios a la Naturaleza, es decir, el conjunto de los seres y el principio mismo de su producción o causalidad inmanente. También el amor o contento de sí que es la alegría que emerge de considerarse a sí mismo y la potencia de obrar lo que conduce el acto de escritura y pensamiento. No se puede ser feliz en detrimento de los otros, y lo mismo cabe para la sabiduría: el saber verdadero no aumenta con la ignorancia de los otros, al contrario. Por eso compartir saberes y ejercitarse en ellos es clave para aumentar la potencia de obrar y producir afectos alegres.

-¿Cómo sería mirarnos más a nosotros mismos, frente al poder de los grandes medios, que nos conduce a construirnos siempre mediados por Europa y EEUU, nunca por pensamientos y paradigmas soberanos, originarios, periféricos pero propios en relación a los centros?

-Mirarnos, o mejor, escucharnos a nosotros mismos para dar lugar a las distintas voces y tradiciones de otras latitudes desde una recepción y elaboración propias, singulares, es clave para elaborar los malestares actuales; la soberanía intelectual no es solo un capricho o un lujo accesorio, pensarnos ayuda a situarnos y dar respuestas adecuadas a las relaciones materiales que nos constituyen. No es una cuestión ideológica o de gustos, sino de cómo responder adecuadamente a lo real: entender las relaciones de dependencia en su complejidad y poder transformarlas.

-¿El neoliberalismo nos quiere muertos?¿Le sobramos? Y además nos culpabiliza…

-No le pondría intencionalidad al neoliberalismo. Es más bien una lógica o racionalidad de gobierno extremadamente simplista, automatizante y estupidizante, por eso las tecnologías actuales no hacen más que replicarla y aumentar su poder; todo lo que no entra en esa lógica del automatismo y la acumulación desmedidas, sin ningún espesor histórico, por supuesto, es desechado o eliminado. Ora cosa es lo que esa máquina ciega e idiota produce como subjetividades vacías que, sin entender nada esencial, imitan el mecanismo: como autómatas o muertos vivientes.

-Estuviste en coma. ¿Podes contar la experiencia concreta y el después? ¿Qué cambió?

-Soy bastante descriptivo en el libro acerca del momento de la internación, porque todos los temores que empezaban a circular en torno a ella, al comienzo de la pandemia, me conectaban directamente con mi propia experiencia (la falta de oxígeno, la intubación, la traqueotomía, etc.). Como toda experiencia traumática, se trata de sucesos que se van elaborando y resignificando en el tiempo, no siento que sustancialmente haya cambiado nada después, pero a la vez ha cambiado todo porque coincidió con el nacimiento de mi hija y la oportunidad de ser padre.

-¿Cómo ves la relación de fuerzas de poder hoy en la Argentina? ¿Y en el mundo?

-A nivel nacional se ven bastante claro las tensiones y los juegos de poder, ostensiblemente cortos y oportunistas, muy mezquinos y mediocres; tanto por parte de una oposición que no tiene responsabilidad política frente a la pandemia, por un lado, como de sectores económicos absolutamente indisciplinados, con nula responsabilidad social, por el otro. Me cuesta mucho tener una imagen del mundo y de las correlaciones de fuerza a nivel global, siempre me han parecido algo fantásticas las descripciones totalizantes y los pronósticos mundiales sobre el destino de la humanidad en su conjunto que, o bien dicen lo que todos más o menos observamos sobre las tensiones hegemónicas, o bien se ponen extremadamente paranoicos; quizás me faltan elementos para poder decir algo interesante al respecto, o al menos algo que yo sienta honesto intelectualmente.

-¿Qué crees que se viene después de la pandemia?

-Lo que muchos dicen es que vendrán nuevas o peores pandemias y lo que se impone es tratar de cambiar el modo de vida en este mundo antes que huir hacia otros planetas difícilmente habitables. Eso creo.

-¿Qué hacemos? Me refiero sobre todo al hoy en el que estamos semi confinados y puede que llegue una segunda ola…

Lo que propongo en el libro es ejercitarnos en prácticas concretas de formación y transformación: lectura, meditación, escritura y diversas pruebas que la filosofía práctica o el psicoanálisis nos permiten realizar con conocimiento de causa, o sea, de aquello que nos afecta, de lo que aumenta o disminuye nuestra potencia de obrar, de sentir, de pensar. Propongo transformar la pregunta ¿qué hacer? por ¿qué hacemos? Para reflexionar en lo que ya estábamos haciendo y cómo podemos modificar nuestros actos en relación a otros, saberes y poderes, en vez de esperar que nos bajen directivas de alguna parte o nos den tips de autoayuda de corto alcance. La segunda ola es casi inevitable, tendríamos que estar mejor preparados y armados con mayor paciencia dado que ya hemos pasado por esto y las vacunas están llegando.

fuente: Publicación original de Revista Socompa














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