No creo que no entiendas lo que haces, ni acepto que no logres controlarte, sólo sé que el maldito alcohol saca de tus entrañas, el demonio que exorciza esa vida perdida y te empeñas en callar con castigos, el fracaso que te hunde en el abismo.
Son muy largas las noches de tormentos y muy cortas las que descanso en silencio, que a veces desdibujo esos sonidos para mezclarnos inconsciente con relatos del pasado y sentir nuevamente los afectos olvidados.
Ya no lloro porque mi llanto te embrutece y agrandas el calvario de esa vida que te empecinas en doblegar con golpes, para ocultar la infame cobardía.
Hoy derrumbaste para siempre lo único bueno que has tenido.
El árbol que aguantó las tempestades, la pared que te sostuvo sin reproches, cuando los vicios arrancaron los sentidos.
Hoy me hiciste cruzar el zanjón de la niñez sufrida, para instalarme repentinamente en éste presente adulto y despiadado, dónde comienzo a desgarrarme por el absentismo del ser, que me ha dado la vida y las caricias.
La incomprensión de esa muerte injusta me desgarra.
El alma se retuerce asqueada al ver como te empeñas en engañar con lágrimas vacías, la frialdad de tu hipocresía.
Quieres aferrarte a mí creyendo que yo heredaré tu perdición, pero me alejo para escuchar el sonido que harás cuando caigas del pedestal, donde has logrado vivir por tu violencia y calme parte de mi dolor mirándote entre las rejas, de esa culpa sin perdón.